Hace algunos años decía que podía vivir sin helado, que de las nuevas preocupaciones que me surgían como celíaca recién diagnosticada, la posibilidad de tomar helado no era una de ellas. 

Pero como me ocurrió con tantas otras cosas en estos años, además de que mis gustos fueron cambiando, la posibilidad de ingerir ciertos productos por el simple hecho de ser aptos me llevó a incorporarlos con mayor frecuencia. Me pasó con algunas verduras, también con este alimento congelado.

Cuando trabajaba en Vorterix, en la era A.C. (Antes de la Celiaquía), alguien nos mandó de regalo algunos kilos de una heladería que me era absolutamente desconocida pero que tenía un sabor que probaría ese día y no olvidaría jamás: el Alfajor. 

Cuando me diagnosticaron podía vivir sin helado. Ahora, hubiera sido un pecado no poder tomar nunca más ese gusto, no les voy a mentir.

Años después, Helados Daniel empezó a abrir sucursales en toda la ciudad de Buenos Aires y fue cuando inauguraron una muy cerca de mi casa que vi el logo. (Otro día hablaremos del radar que desarrollamos para detectar el logo de Sin TACC a distancias impensadas). Como quien lleva caminados 20 kilómetros por el desierto y ve un oasis adelante, corrí para chequear si el sabor seguía existiendo y si, efectivamente, lo podía consumir. La mandíbula se me cayó a lo dibujito animado.

Una vez terminado el pote, me pregunté: ¿qué hace que algunas heladerías tengan sabores aptos y otras no? ¿El Daniel que da nombre a la marca será celíaco y por eso la inclusión? ¿Cómo los elaboran y evitan la contaminación cruzada? ¿Es posible una heladería 100% apta?

Tuve la posibilidad de hacerle todas esas preguntas al mismísimo Daniel y le pedí que me explique qué implica, desde su lado, ofrecer helado apto para celíacos.
Las respuestas las encontrarán en estos bonitos (¡y cortos!) videos.