En la era A.C. rara vez comía pan. Tal vez para hacer chiropán durante un asado o para mojar en alguna salsa rica de esas que, claramente, yo no sé hacer. Dejando de lado, claro, un pan de hamburguesa o de pancho; porque de qué otra manera se comerían un Paty o una salchicha, ¿no es cierto? 

Nunca fui de comer tostadas a la mañana ni de salir corriendo a comprar pan para acompañar una pasta. El pan lactal en mi freezer podía estar meses. Cada muerte de obispo me podían dar ganas de merendar una rodaja tostada con manteca. Así que el pan, básicamente, se compraba para esa rara ocasión.

Se imaginarán, entonces, que cuando me diagnosticaron el pan no fue lo primero en lo que pensé. No lloré al grito de “¡Dios, porqué me hiciste esto, no sé cómo voy a sobrevivir sin flautitas!”. Porque, seamos sinceros, cuando nos diagnostican no pensamos “pucha, qué pena enorme” sino que internamente –en el mejor y más digno de los casos- gritamos “¡¿¡POR QUÉ A MÍ, QUÉ HICE PARA MERECER ESTO!?!” y nos imaginamos corriendo por una pradera donde los árboles son obleas bañadas en chocolate y los conejitos son de medialunas de manteca a las que les hincamos el diente sin culpa.
Así como dicen que una ve flashes de su vida cuando está al borde de la muerte, yo vi pantallazos de todas esas cosas que no iba a poder volver a comer. Nítidamente las vi: las medialunas de Lucio, los cuernitos de Las Delicias de Caballito, la fugazetta rellena con jamón de la pizzería Miramar, el cheescake de Scarlett… Fue un sinfín de imágenes y sensaciones que pasaron en cámara rápida.

Bueno, ahí, en mi caso, no estaba el pan. Podría gritarle al osito de Bimbo “al cabo que ni quería” que sería 100% sincero y sin sarcasmo.

Sin embargo 1 mes D.C. cumplí años y mi familia me regaló el hornito para hacer pan y fue el comienzo de una adicción. Ahora desayuno con tostadas todos los días ¡y preparo sandwiches como cena! Pollo, rúcula y un poquito de palta entre dos rodajas de mi rico pan casero y voilà: tenemos almuerzo digno de barcito cool de Plaza Serrano. Sale asado en familia y adivinen qué llevo: pan casero. Sale picada en la casa de una amiga y a que no saben cuál es mi aporte: pan casero. 

-Hola, mi nombre es Mariana y no puedo parar de comer pan.
-Hola, Mariana.

(El texto fue escrito en 2015. Para 2016 la balanza me indicó que me estaba yendo un toque al carajo así que aflojé con el pan todos los días. Sigo teniendo el hornito y aún es una gran solución. Todavía espero que los cuernitos de Las Delicias de Caballito algún día sean aptos y lloro por las medialunas de Lucio).